viernes, noviembre 09, 2007

SOLAMENTE

Ya comprendo la verdad

estalla en mis deseos

y mis desdichas
en mis desencuentros
en mis desequilibrios
en mis delirios

ya comprendo la verdad

ahora a buscar la vida


Alejandra Pizarnik

Sobre el pizarrón de su cuarto de trabajo escribió, la noche en que se fue para siempre: “No quiero ir/ nada más/ que hasta el fondo”. Hasta el momento de su suicidio, Alejandra Pizarnik (1936-1972) había nombrado la muerte y su vacío de una y mil formas, en su propia lengua, y burlando toda las simplificaciones. Se había mirado en ese espejo oscuro como una niña fascinada y perturbada a la vez con su reflejo.

Hasta que se sumergió en él, y ella y su imagen fueron la misma cosa: “La noche soy yo y hemos perdido/ así hablo yo, cobardes./ La noche ha caído y ya se ha pensado en todo”.

A partir de entonces, de su desaparición física producida por una sobredosis de barbitúricos (cincuenta pastillas de Seconal), un hecho del que en septiembre se cumplirán treinta años, poetas y lectores (entre los que se contaron figuras de la talla de Julio Cortázar, que la apodó cariñosamente “mi bichito”, Olga Orozco, que compiló años después de su muerte junto a Ana Becciú los Textos de sombra y últimos poemas, y Octavio Paz, que prologó una edición de su Arbol de Diana) se interesaron por explorar las claves de su poesía, de esa voz singular e irrepetible que le dieron un lugar en la literatura.“Difícil entre todos el oficio de evocar a Alejandra Pizarnik”, pensó Ivonne Bordelois, autora de un libro editado por Seix Barral que reúne su tarea epistolar bajo el título de Correspondencia. “Nunca se sabe si bordeamos el sacrilegio o el ridículo, y, al mismo tiempo, asoma la urgencia de rescatar su figura extraordinaria, menuda, valiente, obstinada y única”.

Habría quedecir, para empezar a comprenderla, que ella era un acto literario en sí mismo, que ella no estaba escindida de su literatura. Ella era su literatura. Y era una mujer fuerte, que seguramente hubiera pensado que el mito que se construyó en su derredor, más que colaborar con la comprensión de su poesía, parece querer domesticarla”.

Kamenszain, que dedica a Pizarnik uno de los textos de su libro Historias de amor y otros ensayos sobre poesía, no la conoció personalmente. Pero asegura que en sus años de estudiante llegó a sentirse intimidada por “su presencia misteriosa y permanente, casi fantasmal” en torno de la Facultad de Filosofía y Letras, allá por los años 60. Kamenszain piensa que, si hay algo que define a la poesía de Pizarnik, es la aparente “ausencia de mediaciones” entre los sentimientos de la autora y su palabra escrita: “Esas verdades que te tira en la cara y en las que reside toda su potencia”.

Pizarnik, eligió decir determinadas cosas y no otras, Construirse de determinada manera en los textos. Reinventar la lengua para poder decirse. Y en eso se le fue la vida. Y en eso no hay casualidad. Alejandra podía pasar horas o días buscando la palabra que pudiera expresar lo que sentía, semanas con una palabra escrita en su pizarrón a la que esperaba encontrarle un sinónimo que se ajustara más a lo que necesitaba. Eso era lo que más llamó la atención a quienes la conocieron: su entrega, su estar ahí en la escritura, sin respiro, sin tregua.
Verónica Abdala