sábado, mayo 17, 2008

B.B. MUÑOZ
(1983) - 59 Minutos de Vida

Argentina
Género: Rock Progresivo



01.: Memorias de un ser humano
02.: Dónde está la flor
03.: Civilización
04.: Usted no dice nada nuevo
05.: Como un camino de agua
06.: Para la gente como yo
07.: Vivimos
08.: Amigo mio
09.: Doña necedad
10.: Un poco mas que un vegetal
11.: Para ser humano
12.: Natural
13.: Amigo mio

B.B. Muñoz: piano y voz
Daniel Alambre González: guitarra eléctrica
Alejandro Costa: guitarras acústicas
Eduardo Pandolfo: bajo
Juan Rodríguez: batería
Nene Giménez: percusión

Músicos invitados
David Lebón: guitarra eléctrica y voz en "Doña Necedad" y "Un Poco más que Un Vegetal
Marilina Ross: voz en "Para Ser Humano"
Miguel Cantilo: voz en "Natural"
Hector Starc: guitarra eléctrica en "Vivimos"
El Mono Izaurralde: flauta traversa en "Civilizacion".

Si bien en los '70 grabó 4 discos (3 con Fedra como "Fedra Maximiliano" y Maximiliano), el B.B. Muñoz supo alcanzar cierta popularidad en los comienzos de la democracia a principio de los '80, a partir de este registro en vivo grabado en el mes de octubre de 1982.

"59 Minutos de Vida" es un álbum doble registrado en el Teatro Odeón de Buenos Aires, con músicos invitados de la talla de David Lebón, Miguel Cantilo y Héctor Starc, entre otros.

Apoyado en "Si no lo veo, no lo creo", disco de estudio grabado tras su residencia en Europa en los años difíciles, en estos conciertos hace un repaso de toda su carrera.

>>>descargar<<<

40 AÑOS DESPUES...

Alain Touraine

“El problema hoy no es el 68, como dice Sarkozy, sino la regresión que trae consigo el liberalismo a ultranza”

Cuarenta años después, los “héroes” del Mayo francés ya peinan canas pero aún no tenemos claro qué demonios fue lo que ocurrió allí. ¿Señala aquel tiempo de barricadas y ocupaciones el nacimiento de una nueva época? Y si es así, ¿cómo podemos valorar su herencia cultural, la cuña radical que insertó en el corazón de la sociedad moderna? A la búsqueda de la claridad, más allá de los resúmenes intencionados y los panegíricos sospechosos, hemos llamado a la puerta de un lúcido protagonista de los hechos: Alain Touraine. El filósofo francés ejercía como profesor en Nanterre, epicentro de la Revuelta, hizo las veces de abogado defensor del principal líder estudiantil, Daniel Cohn-Bendit, y resistió en las barricadas los embates de la policía. Ahora no tiene reparos en criticar “el ridículo lenguaje revolucionario” del movimiento así como su “falta de organización y orientación política” pero defiende a la vez su “caracter antitotalitario” y su “defensa de la tolerancia”. Además, Eugenio Trías, Álvaro Pombo, Manuel Cruz, Luis Racionero y Gabriel Albiac debaten sobre el sentido que cobran hoy aquellas jornadas. Y resumimos en un diccionario las claves del evento.

Alain Touraine, sociólogo, humanista y luminaria de referencia occidental, ha cumplido 82 años, aunque la edad no le ha nublado la clarividencia ni le ha hipotecado mínimamente la actividad intelectual. Mucho menos ahora que Francia ocupa el centro de la actualidad a cuenta del 40 aniversario del mayo del 68. Touraine vivió el movimiento exactamente en el medio (just in the middle, matiza él mismo en inglés). Porque era profesor en la Universidad de Nanterre. Porque estuvo en las barricadas las tres noches más ajetreadas. Y porque le correspondió hacer el papel de abogado defensor de Daniel Cohn-Bendit, líder del movimiento estudiantil cuando el Gobierno pensaba que la revuelta consistía en unos cuantos exacerbados.

–¿Puede recordarnos el episodio de su papel de abogado?
–La Universidad de Nanterre había acusado a Dany el Rojo de una serie de actos de vandalismo que se produjeron en el campus el 22 de marzo. No tenía derecho a un abogado. Pero se admitió que yo lo defendiera. Era profesor de sociología y tenía simpatía por el muchacho. Que era un libertario y un convencido anticomunista. Fue muy interesante el “proceso” porque simbolizaba, en cierto modo, cuanto iba a suceder más tarde. El presidente del tribunal universitario le preguntaba: ¿Dónde estaba usted el 22 de marzo? “En mi casa”, respondía Dany. ¿Y qué hacía a las tres de la tarde? “Hacía el amor, señor presidente”. Aquella respuesta alojaba un desafío, un cambio de época, una transformación. Anticipaba a pequeña escala todo lo que estaba por avecinarse.

–Aunque Cohn-Bendit, exiliado en Alemania y europarlamentario verde, recomienda ahora olvidar el 68… Forget 68, se titula su libro.
–Lo conozco muy bien. Quiere convertirse en santo antes de morir. Y pide que olvidemos el 68, pero, naturalmente, sin olvidarnos de él.

–Usted sostiene, en cambio, que el 68 está presente.
–Creo que es lícito hablar de un espíritu vigente. De hecho, mencionar tanto como hacemos el 68 demuestra que ocupa todavía un lugar y que recomienza a tener un sentido. El modelo liberal vigente en Europa lleva varios años mostrando síntomas de agotamiento. Y comenzamos a preguntarnos sobre qué bases podemos construir un nuevo camino. Necesitamos un nuevo proyecto. Y el proyecto consiste en volver a coser todo aquello que se ha descosido y deshilachado.

–¿Hace falta, por tanto, una resaca sesentayochista?
–El 68 fue un movimiento premonitorio. Ha anticipado grandes cambios culturales. Por eso creo que es importante volver a preguntarse qué fue este fenómeno. Mi tesis consiste en que fue un movimiento nuevo, con argumentos nuevos (sexualidad, familia, educación), que se expresó a sí mismo a través de un lenguaje diferente al del propio movimiento. Simplificando las cosas: un movimiento sueco que habla español. O al revés. Por eso es importante diferenciar el ruido de la esencia. Es un movimiento postindustrial que habla un lenguaje marxista-industrial. Los estudiantes, por ejemplo, habían tenido la impresión de que estábamos en el prefacio de un gran movimiento obrero, pero los obreros no sintonizaban con los estudiantes. Nunca se llegó a producir una sintonía entre la Universidad y las fábricas. Por eso y por la heterogeneidad misma del movimiento siempre ha sido difícil encontrar la frontera entre significante y significado. El lenguaje revolucionario era bastante ridículo. Y el contenido del movimiento era más fuerte que la capacidad de actuar y que, incluso, la capacidad de oponerse. No había ni orientación política ni capacidad de organización, en el fondo.

Cambiar de época
–Había, como usted ha escrito, la voluntad de cambiar de época. Más en la cotidianidad que en las grandes cuestiones.
–Francia era un país que había evolucionado en el ámbito económico. Se había reconstruido con agilidad y eficacia. Prosperaba. Pero todos esos cambios no se acompaña- ban de una nueva realidad cultural. El 68 trae consigo un cambio en las relaciones de autoridad, el nacimiento de la categoría de la juventud, la entrada de los problemas culturales en el orden político. También representa una defensa de la tolerancia. De la sensibilidad a las minorías. De toma de conciencia respecto al tercer mundo. La idea del prohibido prohibir simbolizaba un cambio de relación entre las personas. Se acortaban las distancias. Se ponía en cuestión una forma de vertebrar la sociedad jerarquizada. La verdadera transformación del 68 no está en el orden político ni el social. Está en el cambio de las costumbres y de las maneras.

–Nicolas Sarkozy, en cambio, sostiene que el 68 ha traído hasta nuestros días los males del individualismo, del relativismo, de la pérdida del principio de autoridad. Incluso afirma que hay que liquidar la memoria de aquel periodo.
–Creo que nos equivocamos quienes pensábamos que este hombre era inteligente. Semejante visión del 68 es una estupidez. Una insensatez. Sarkozy no es tonto, pero dice tonterías. Y ésta es una de ellas. Confunde el individualismo con la idea sesentayochista según la cual podría construirse una moral a partir de las conductas personales. Al Estado francés le había gustado jugar ese papel de representar la ley y la moral al mismo tiempo. La escuela pública era una escuela de moral. Más o menos como si la religión tradicional hubiera sido sustituida por una religión laica. El problema de hoy no es el 68, ni mucho menos. Es la regresión que está trayendo consigo el liberalismo a ultranza. Hay una relación peligrosa entre liberalismo económico y represión cultural. Pongo un ejemplo francés: los autores reincidentes de delitos sexuales se arriesgan ahora a la prisión vitalicia. Lo cual era impensable hace 30 años. El Estado vuelve a erigirse en representante del orden. Y la gente reclama ser protegida.

El vacío social actual
–Nada que ver con las pretensiones sesentayochistas.
–Se ha producido un vacío social. No hay enemigo soviético. No existe tampoco el movimiento obrero. Han desaparecido las amenazas del fascismo, de la monarquía, de la revolución. No existen los actores sociales. La coyuntura del 68 era completamente distinta. Entonces existía la URSS. Proliferaban los grupos trotskistas y maoístas. Había una retórica revolucionaria que los propios obreros observaban con escepticismo y precaución. Había más agitación dialéctica que otra cosa. La prueba está en lo incruento que fue el mayo del 68. Ni un muerto.

–Usted lo vivió en las barricadas.
–Es cierto. Y me llamaron la atención dos cosas. Una, el modo en que el Gobierno había subestimado la importancia de la revuelta. El ministro de Educación llegó a decirme que era una cosa de media docena de exaltados. La otra fue el grado de civilización colectivo. Simbolizado en la cortesía de los propios antidisturbios: recuerdo que a mí y a un grupo de manifestantes nos dejaron pasar delante de ellos. Y cuando nos vieron ya colocados en las barricadas, comenzaron a atacarnos. Hubo un sentido de la civilización y de la responsabilidad general. Nunca existió la pretensión leninista de tomar el Palacio de Invierno. A nadie se le ocurrió asaltar la Asamblea Nacional ni el Elíseo. Ni siquiera cuando se produjo el vacío de poder. Un Gobierno ausente, De Gaulle en Alemania. En este mismo contexto, me parece determinante el papel que jugó el prefecto de policía de entonces. Fue enormemente prudente y sensato en el uso de la fuerza y de la represión. Supo diferenciar entre las proclamas revolucionarias y las verdaderas intenciones de la gente. Nadie quería una subversión.

El camino a la perfección
–Exceptuando un grupo de filósofos e intelectuales de mucho peso.
–Los intelectuales rara vez son inteligentes. Recuerdo a muchos de ellos que venían fascinados de Rusia, o de China. Nos contaban que el maoísmo era la clave de la esperanza del hombre. Que en China no había prisiones, ni represión. Que Mao había encontrado el camino perfección. Otros cortejaban a la URSS. Se adoctrinaban para luego adoctrinar.

–Un ejemplo: Sartre. Dijo: “Del 68 sólo quedaré yo”.
–Políticamente, Sartre se equivocó siempre, sistemáticamente. Antes de la II Guerra Mundial subestimó el nazismo, pese a las advertencias que había hecho Raymond Aron. Durante el conflicto no tuvo reparos en pedir permiso a las autoridades nazis para publicar sus obras. Después se inventó el mito del Sartre resistente. Previo al proselitismo maoísta. Y antecedente de un final pro-sionista. Una trayectoria sorprendente, ¿no?

–Dice André Glucksmman que el 68 no fue, de hecho, un movimiento sensible al comunismo. Fue un movimiento antitotalitario.
–Estoy de acuerdo. Antitotalitario y libertario. Se mezclaron consignas filocomunistas, pero el espíritu era demostrativo de una actitud contraria ante cualquier tiempo de régimen represivo. Digamos que el 68 se presta a bastantes equívocos por su propia heterogeneidad.

–Usted ha mencionado dos. La mujer y los otros “68”.
–El problema de la liberación sexual y las corrientes feministas se había presentado antes. Fue en 1967 cuando se introdujeron en Francia legalmente los métodos anticonceptivos. Y fue mucho después, en 1975, cuando se aprobó la ley del aborto. En medio de ambas fechas, el sesentayochismo redunda más en la libertad de palabra. Las mujeres hablaban con más soltura del sexo. Se despojaban de un papel gregario. Por eso decía antes que el movimiento del 68 se aprecia en las costumbres.

–El otro matiz concernía a la confusa internacionalización del 68.
–Y es que el mayo francés en nada se parece a otros fenómenos internacionales. Me parece inapropiado compararlo con México, donde se produjeron muchos muertos. Ni con Praga, donde los tanques soviéticos aparecieron para truncar la primavera. Pueden mencionarse puntos comunes en ese espíritu antitotalitatario, pero el 68 francés es muy francés porque es la respuesta a una sociedad que no había cambiado como debía haberlo hecho. Sin que ello suponga exaltar los resultados finales. En muchos ámbitos fueron realmenete pobres. Los obreros salieron ganando un poco más de sueldo. La maquina trotskista se detuvo para siempre después del acuerdo de Mitterrand con los comunistas. Menos mal. Y la Universidad, que era mi campo, quedó exactamente como estaba. El ámbito académico siempre ha sido el más refractario a las transformaciones. La gran novedad fue la creación de la noción de juventud.

Chavales en un modelo fallido
–¿Puede explicar esa noción?
–No me refiero a categoría social ni política. De hecho, la noción de juventud da lugar a polémicas y discusiones. Bourdieu, por ejemplo, dice que la juventud no existe. La juventud burguesa es la burguesía joven, en su opinión. Y no estoy de acuerdo. La importancia del 68 estribaba en dar voz a los estudiantes no en tanto estudiantes como en tanto jóvenes.
–Cuarenta años después, la juventud ha sido y es noticia por la crisis de las periferias, las protestas contra el plan de empleo juvenil y contra la supresión de puestos de profesores. ¿Sigue siendo la educación una asignatura pendiente?

–La amenaza sobre la incertidumbre del porvenir es la misma en todos los órdenes sociales. Los chavales de ahora la sufren viviendo en el tercer piso, mientras que los de las periferias lo hacen viviendo en el sótano. Pero en ambos casos se tiene conciencia de un modelo fallido. Los gobiernos sucesivos de Francia se han demostrado impotentes ante los problemas de la educación. Esta impotencia redunda en la sensación de que nuestra sociedad está dividida en dos campos con objetivos e intereses irreconciliables: quienes defienden la economía de mercado, el capitalismo y la globalización sin reglas se oponen necesariamente a la búsqueda de la justicia social. Los jóvenes de hoy son víctimas de una paradoja: están mejor preparados que sus padres, pero no tienen acceso a un puesto de trabajo más o menos seguro. Carecen de expectativas, prolongan su situación de estudiantes. Ocupan una franja desamparada.


Los libros de Mayo

Mayo del 68 y sus vidas posteriores. Kristin Ross. Acuarela Libros & A. Machado. 450 pp., 22 e.
Rescatar “la memoria viva de un acontecimiento” que, lejos de ser “una algarada estudiantil” constituyó “la única insurrección generalizada del mundo desarrollado,” tal es la finalidad de la colección que inaugura este ensayo de Ross. Una indagación bien dirigida en los mecanismos intelectuales que han ido convirtiendo la memoria revolucionaria sesentaiochista en una apología del victorioso capitalismo ultraliberal.

1968. El mundo pudo cambiar de base. VV.AA. La Catarata. 366 pp., 20 e.
Los editores de este crisol de artículos no se resignan (como dijo alguien) a que Sarkozy y sus deudos entierren el 68. Con el afán pues de “reavivar las brasas” que el presidente francés clamaba por extinguir, presentan textos esenciales para la comprensión de lo ocurrido firmados por Bensaid, Tariq Alí, y Jaime Pastor, entre otros.

París, mayo de 1968. Crónica de un corresponsal. Eiunsa. 288 pp, 17 euros.
Apenas pasaban veinte días desde su desembarco como joven corresponsal de ABC en París cuando José Luis Perlado se encontró en medio de las multitudes de obreros y estudiantes que erigían barricadas. El conjunto de las crónicas –vibrantes, ingenuas–, que escribió entonces, conforman un sabrosísimo relato.

Fuente: http://www.elcultural.es/


Ver también:
Mayo del 68, ¿mito o bluff?
Diccionario del 68

Más información en www2.unia.es